http://axxon.com.ar/rev/108/c-108Medieval.htm
Si por un lado la influencia del romanismo sirvió para mantener la unidad de la Europa medieval, el ideal del guerrero sirvió para mantener las identidades de cada región a salvo de intrusiones indeseables.
Tanto el Imperio Romano de Occidente como los pueblos bárbaros poseían un claro ideal que perduró con notable crudeza en la Edad Media: el ideal del guerrero.
Por un lado el Imperio Romano se había mantenido activo durante años gracias a, entre otras cosas, un aceitado sistema militar. El hombre romano había sido entrenado para la guerra.
La milicia romana era famosa por su orden y su talento. Sus directos antecesores culturales, los griegos, conservaban un alto aprecio por la labor bélica como ha quedado manifiesto en dos de sus obras más célebres: La Íliada y La Odisea. Años más tarde Roma asimilaría esta predisposición a la guerra y, al igual que sus antecesores, consideraría que una de las formas de alcanzar la gloria y la pervivencia en la historia dependería del valor en combate, como lo testimonia La Eneida de Virgilio.
Por otro lado los pueblos bárbaros, especialmente los celtas y los germanos, considerarían que el único medio para acceder a lo Sagrado sería a partir de la muerte en combate.
Ya en su Germania el historiador romano Tácito comenta la deshonra que implicaba para un germano huir del combate, en cuyo caso sería repudiado por todo el clan, incluidas las mujeres. Conocidas son las historias referidas al Valhalla o cielo germano al que sólo accedían, guiados por las valquirias —deidades femeninas guerreras—, los que habían demostrado valor en combate.
Esta idea va a ser la base del ideal guerrero tan característico de la Edad Media. Este ideal fue desarrollado y afianzado por el sistema económico reinante: el feudalismo.
La economía feudal se basaba el la protección militar del señor feudal, dueño de los campos y la tierra, hacia sus vasallos, los campesinos.
El campesino era "contratado" por el señor feudal, quien le asignaba una parcela de tierra que debía cultivar. Cuando llegaba el momento de la cosecha, el campesino debía entregarle al señor feudal un porcentaje de lo recolectado. A cambio de esto, el señor feudal le daba protección contra los ataques militares de otros señores feudales o de las tribus bárbaras.
Por lo tanto si el feudo era atacado, el señor feudal debía permitir a los campesinos refugiarse en su castillo y él debía encargarse de combatir al enemigo con su mesnada —pequeño ejército—.
Cada parte se comprometía a cumplir con lo pactado por medio de un contrato de vasallaje, cuyo contenido variaba según la zona en la que se realizaba. De más está decir que el principal perjudicado era siempre el vasallo, que debía someterse a una situación de esclavitud voluntaria ante en señor feudal que poseía, como se habrá observado anteriormente, el poder militar como para sofocar cualquier tipo de trifulcas, incluso las generadas por sus propios campesinos.
Todo el sistema feudal no hacia más que resaltar la figura del guerrero, entregándole el poder por sobre la gente de otra condición.
Existe, por lo tanto, un modo diferente al promulgado por el ideal del santo para acceder a lo Sagrado: el valor guerrero. Tanto los romanos como los bárbaros consideraban que la valentía en medio de la lucha era una forma de acercarse a Dios. De ahí que las armas tuvieran un valor tan especial dentro del ámbito medieval y que el valor guerrero fuera tan alabado y añorado como lo eran para el monje sus devociones.
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